domingo, 22 de abril de 2007

CORZO capreolus capreolus




CARACTERÍSTICAS

De tamaño algo mayor que la cabra, es el más pequeño de los cérvidos, muy ágil y de movimientos elegantes. Su longitud total es de unos 90 a 135 cm. La altura de la cruz es de 60- 70 cm. Puede llegar a pesar de 15 a 30 kg. La longitud de la cola es de 2 a 4 cm. Su pelaje es de color pardo rojizo en verano, y grisáceo en invierno; tiene una mancha blanca en la grupa. Su figura es muy delicada, grácil, con patas largas y un cuello largo y esbelto. Su cuerpo, ligeramente más ancho detrás que delante, le permite deslizarse bien por los arbustos y la maleza. El peso y las medidas corporales, así como el desarrollo de la cuerna dependen mucho de las circunstancias locales. De ahí que los valores medios no den una idea suficientemente exacta de la realidad en cada caso. El corzo cambia radicalmente de color, pasando de un pelaje estival castaño al pardo grisáceo invernal. Con este último el “espejo”- que “enmarca” la zona anal- aparece casi totalmente blanco, mientras que en verano presenta un tono base blanco amarillento. Las crías (corcinos) nacen con un pelaje salpicado de manchas redondas blancas y negras, que sustituyen al crecer por otro de color rojo claro pardusco.

Tiene las astas erectas, de tronco grueso y breve, adornado con muchas protuberancias y el número de candiles varía según la edad aunque no es nunca superior a las diez. La pequeña cuerna sale verticalmente de la frente y está más bien orientada hacia arriba, en vez de hacia atrás como en los cérvidos auténticos.
La cuerna del macho es pequeña y rugosa; la hembra no tiene cuerna.

DESARROLLO DE LA CUERNA

Los corzos jóvenes suelen poseer sólo unas pequeñas protuberancias, a menudo apenas visibles, que se les caen en invierno. La primera cuerna auténtica consiste en astas de unos 10 cm, a veces incluso ya en una horquilla, que pierde en otoño. Pronto empieza a formarse una nueva a partir de las protuberancias coronales, llamadas rosetas. La cuerna crece durante todo el invierno cubierta por el terciopelo y parece mucho más gruesa y poderosa de lo que será en realidad, por que al terminar el crecimiento, el terciopelo, muy vascularizado, se contrae y se desgarra.

Entonces en abril o mayo (los jóvenes pueden conservar el terciopelo hasta junio), el macho “escoda” ese tejido nutritivo golpeando su cuerna contra arbustos, frotándola contra troncos o removiendo el suelo con ella. Da la impresión, de que cuando la cuerna está ya lista para la escoda, le escuece extraordinariamente, llegando en ocasiones a “enloquecer”. Un asta totalmente desarrollada suele presentar 3 puntas. Una se orienta hacia delante, la del medio bastante vertical hacia arriba y la tercera muchas veces casi en ángulo recto hacia atrás.

HÁBITAT

En España viven, además de la raza autóctona, varias razas europeas procedentes de repoblaciones. El corzo ocupa todos los sistemas montañosos menos la sierra de Gredos (lógicamente, abunda sobre todo en las reservas). Falta en Levante y Baleares.

Los márgenes de los bosques caducifolios ofrecen al corzo las condiciones más adecuadas para su desarrollo: le proporcionan pastos adecuados y le permiten centrarse en el interior cuando fuera hace calor o protegerse entre la maleza de las ventiscas. El corzo se desenvuelve mejor en terreno abierto. Los corzos se han adoptado a los diferentes hábitat. Así aparecen en algunas montañas euroasiáticas. Pueblan vegas y ciénagas ribereñas, deltas de ríos y dunas de costa marítimas.


ALIMENTACIÓN

El corzo es bastante exigente en cuanto a alimentación. Los estudiosos de la caza le llamaban “seleccionador de concentrados”. Se referían a que siempre escoge las plantas y brotes más nutritivos, para así ingerir el mínimo de sustancias innecesarias difícilmente o nada digeribles. Se dice por ello también que los corzos
son “golosos”. Su pequeño cuerpo presenta una gran superficie en relación al peso, por lo que libera muchísimo calor. Como consecuencia de ello, el corzo precisa más alimento por unidad de peso que el ciervo, el cual es mucho mayor. El elevado consumo de energía solo puede ser cubierto con una alimentación equivalentemente nutritiva. La importancia de la alimentación para el corzo se desprende del hecho de que los corzos jóvenes sólo tienen perspectivas de sobrevivir en invierno, si en otoño han alcanzado 12-14 Kg de peso. En otro caso suelen morir, si no reciben regularmente alimentación adicional.
En general se alimenta de hierbas y de arbustos. Los arbustos y los cereales son de escasa importancia.

REPRODUCCIÓN

En junio, cuando el macho se ha vuelto “rojo” (es decir, llega el pelaje estival) y ha escodado su cuerna, se inicia el celo. Las hembras son perseguidas intensamente produciéndose a veces los llamados “círculos de brujas” en los trigales, cuando los
machos corren detrás de las hembras haciendo círculos y eses. Una vez realizado el acoplamiento, el germen se desarrolla muy poco, interrumpiéndose su crecimiento hasta el inicio de la primavera. La consecuencia de ello es que las crías nacen en el momento idóneo, en mayo. Las hembras instalan a los pequeños (1 o 2, los partos dobles son frecuentes) en algún prado o junto a pequeños arbustos, y solo van allá para amamantarlos. Los corcinos casi no poseen aún olor propio y se libran así, gracias su mimético pelaje, tanto de los enemigos terrestres como de los voladores (zorros y águilas). Una semana después siguen ya a su madre y saben caminar tan bien, que pueden eludir por sí mismos la mayoría de los peligros. La hembra los defiende frente a sus enemigos con potentes coces de las patas delanteras. La posición jerárquica de la madre determina la que luego alcanzarán sus crías. El momento del nacimiento influye en sus posibilidades de sobrevivir al infierno. La implantación diferida sirve por tanto también para fijar la fecha de nacimiento más adecuada en cada zona. Si las crías nacen demasiado pronto mueren de frío.

COSTUMBRES

El corzo resulta tan adaptable, que se hace difícil una descripción genérica de sus costumbres, las cuales dependen mucho de las respectivas circunstancias locales. No se les puede calificar, por ejemplo, de animales nocturnos por el hecho de que a causa de ser continuamente molestados o perseguidos hayan trasladado en gran medida su actividad a la noche. Suelen pasar el día descansando durante prolongadas fases, que interrumpen para pacer.

Las fases principales de ingestión de alimentos coinciden en general con el crepúsculo y con las primeras horas de la mañana. El corzo intenta siempre pacer varias veces al día durante breves períodos, por que en su pequeña panza no cabe lo suficiente como para pasar todo el día rumiando. Además, el alimento se aprovecha mejor ingiriendo cantidades menores y digiriéndolas perfectamente. Por supuesto que el ritmo diario se ve interrumpido por perturbaciones. Es precisamente la necesidad que tiene el corzo de poder huir deprisa la que le impide llenarse demasiado la panza: así, conserva su movilidad.

La canícula es una época importante para el corzo, pues entonces ha de acumular reservas para el invierno. Con frecuencia, son los recursos alimenticios y su calidad en este período el factor que determina sus posibilidades de supervivencia en invierno. A medida que disminuyen las existencias de verde fresco, el corzo va limitando su actividad.

En invierno descansa lo máximo posible, bien a cubierto, bien en terreno abierto. Esto reduce el consumo de energía en época de escasez de alimentos. En primavera en cambio, cuando los machos acaban de desarrollar su cuerna y las hembras están a punto de parir, sus necesidades aumentan considerablemente. Los corzos dedican entonces gran parte de su tiempo a buscar alimentos. Pronto cambia también la estructura social. Si en invierno eran bastante sociables y se reunían en grupos más o menos numerosos – que en determinadas zonas pueden conformar auténticos rebaños- ahora estos grupos poco cohesionados se disgregan. Machos y hembras se vuelven territoriales. Ellas intentan ocupar y defender los mejores encames y zonas para criar a sus pequeños, marcándolas mediante secreciones de la glándula coronal, señalando además con su cuerna recién escodada arbustos y otros lugares determinantes.

El corzo posee un buen olfato, que no solo le sirve para detectar enemigos y peligros, sino también para comunicarse con sus congéneres. En primavera y verano el corzo es muy sensible en todos los sentidos. Gracias a su buen oído, reacciona ante cualquier ruido sospechoso; a menudo se oyen sus roncos y graves ladridos.

1 comentario:

Dani dijo...

Hola, he visto este completo artículo sobre el corzo, enhorabuena por él.

En mi blog tengo una serie de artículos basados en mi observación de los corzos y en filmaciones que he hecho de ellos. Aquí puede verse:

http://rutinasvarias.wordpress.com/2010/08/26/comportamiento-social-del-corzo-i/

Hago una interpretación de las imágenes, pero no creo que sean acertadas. A ver si tú las ves y puedes decirme algo. Muchas gracias. Un saludo.